Ya no sabemos hacer series futuristas. O tal vez, el futuro se nos ha acercado tanto que ya no necesitamos imaginarlo.
En los primeros episodios de Black Mirror, las historias parecían advertencias lejanas. Distopías elegantes, inquietantes. Pero en sus últimas temporadas, la sensación es distinta: ya no nos hablan de un futuro hipotético, sino de un presente posible. De algo que podríamos ver mañana mismo.
Algo similar ocurre con Severance. No hay máquinas que dominan el mundo ni inteligencias artificiales rebeldes. Solo una tecnología que responde a un deseo muy humano: evitar la carga de ser uno mismo todo el tiempo.
Lo inquietante no es la tecnología, sino el motivo por el que se desea. Los personajes de Severance aceptan dividirse en dos —un yo laboral, otro personal— no por ambición ni por ciencia, sino por alivio. Lo que quieren es dejar de cargar con todo. Desconectar sin tener que asumir las consecuencias emocionales. Poder trabajar sin angustia. Vivir sin el peso de lo laboral.
Y mientras veía todo eso, me di cuenta de que hay algo en Severance que se parece demasiado a lo que empiezo a notar en mi día a día con la inteligencia artificial. No es que quiera que elija por mí, pero sí me descubro dándole espacio: en lo pequeño, en lo práctico, en lo cómodo. Y si no presto atención, lo que empieza como ayuda se convierte en cesión.
La IA no ha llegado para partirnos. Pero sí puede facilitarnos todas las excusas para que empecemos a hacerlo. Queremos que resuelva, que ordene, que elija. Y sin darnos cuenta, vamos dejando de ejercer justo eso que nos hace humanos: decidir, interpretar, sostener la complejidad de lo que somos.
Y ahí está el riesgo: no en lo que la tecnología puede hacer, sino en lo que dejamos de hacer cuando la abrazamos sin conciencia. Si dejamos que piense por nosotros, ¿qué pasa con nuestro juicio? Si dejamos que escriba por nosotros, ¿qué pasa con nuestra voz? Si dejamos que interprete el mundo, ¿qué pasa con nuestra mirada?
No es nuevo. Siempre hemos usado herramientas para aligerar la carga. Pero ahora las herramientas piensan. Y eso exige hacernos una pregunta distinta: ¿estamos queriendo ayudarnos o desconectarnos de lo que nos incomoda?
La tecnología, como en Severance, solo responde a lo que pedimos. No hay antagonistas. Hay decisiones. Y el problema no es partirnos: es que no sepamos cómo volver a unirnos.
Porque la solución en la serie no es escapar, sino recordar. Y con la inteligencia artificial, tal vez no se trate de correr ni de frenar, sino de elegir qué partes de lo humano no queremos delegar.
La tecnología no construye realidades: amplifica decisiones. Y si no queremos vivir partidos, también en esto tendremos que decidir ser completos.
Si aún no lo has hecho, te invito a ver Severance, una serie creada por Dan Erickson y dirigida en parte por Ben Stiller, disponible en Apple TV+. Su segunda temporada lleva la premisa aún más lejos, mostrando hasta qué punto estamos dispuestos a dividirnos para sobrevivir. Más que ciencia ficción, es una radiografía emocional de lo que ya somos —o podríamos ser— si no elegimos con conciencia.
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